Inicio esta tercera entrega en busca de más rincones y jardines con encanto centrándome en la llamada manzana fundacional cisneriana, en la que el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros proyectó y organizó, con diecisiete manzanas más para los colegios menores, y en torno a un colegio mayor, la primera ciudad universitaria de la Edad Moderna que abrió sus aulas por primera vez el día de San Lucas de 1508 condicionando ininterrumpidamente la vida complutense hasta 1836 en que la universidad fue trasladada a Madrid.
El conjunto de esta manzana fundacional lo forman 12 edificios comunicados entre sí, y fue declarada Bien de Interés Cultural en 2019. Sus límites incluyen las plazas de Cervantes y San Diego, el callejón de San Pedro y San Pablo, la calle Colegios y el callejón de Santa María.
En ese entorno se encuentran los primeros edificios cisnerianos, el Colegio Mayor de San Ildefonso, incluidos los cuatro patios, y la capilla; el Colegio de San Jerónimo o Trilingüe con el Paraninfo y la Hostería del Estudiante; el Colegio de Teólogos de la Madre de Dios (hoy colegio de abogados); el colegio Menor de Santa Catalina o de los Físicos; la antigua hospedería universitaria; la antigua cárcel de estudiantes, después Hotel Cervantes y colegio de Santo Tomás de Aquino; el Círculo de Contribuyentes o Casino; el colegio de San Pedro y San Pablo y la edificación de la Plaza de Cervantes nº 8, conocido como edificio de las Cráteras. Aunque solo centraré la búsqueda de rincones con encanto en el corazón de dicha manzana, concretamente en el Colegio Mayor de San Ildefonso, fundamento de la institución y joya artística del tesoro patrimonial complutense, y en algunos edificios de su entorno inmediato.
Antes de continuar, unos datos sobre la basta historia de la institución. El Colegio Mayor de San Ildefonso fue motor de la ciudad universitaria desde principios el XVI hasta el siglo XVIII.
La fase de esplendor fundacional, que duró hasta la primera mitad del XVII en que se remodelaron las dependencias universitarias, dio paso a un periodo intermedio, y finalmente llegó su decadencia en 1720 culminando en 1770 con las reformas universitarias de la Ilustración promulgadas por Carlos III, y que desembocaron en la Desamortización de 1836, durante la regencia de Isabel II, con la supresión de la institución y el traslado de su patrimonio bibliográfico y documental a la recién fundada Universidad de Madrid.
Despojada de su función docente, de sus bienes y sus estudiantes, los numerosos edificios que integraban la Universidad quedaron vacíos y abandonados, abocados a una ruina progresiva.
Tras su abandono, en 1846 el colegio fue subastado y adquirido por Joaquín Alcober para destinarlo al cultivo de la morera, cría del gusano de seda y la construcción de una hilatura. En 1847 fue vendido a los copropietarios Joaquín Cortés y Javier de Quinto, con intención de explotar la «isla de la Universidad» como viviendas de alquiler. Las dificultades fueron muchas y Joaquín Cortés vendió su parte al después Conde de Quinto.
En solo siete meses que los edificios permanecieron en su poder éste cometió expolios tales como llevarse retablos, rejas, campanas de la capilla, pinturas, la fachada renacentista del patio de Filósofos, la crestería del patio Trilingüe, el Arco de la Universidad que cubría la salida de la calle de Pedro Gumiel a la plaza desde el que las autoridades académicas asistían a los eventos que el municipio organizaba en dicha plaza. Elementos que destinó a su palacio de Zaragoza.
Y ante tal agresión al patrimonio complutense y para impedir que continuaran los desmanes, vecinos alcalaínos de toda condición -126 exactamente de casi 5000 habitantes- tomaron la iniciativa de crear en 1850 la «Sociedad de Condueños de los edificios que fueron Universidad» comprándole al conde de Quinto la manzana universitaria, y convirtiéndose así en propietarios de los edificios.
Casi dos siglos después, en 1998, aquel gesto fue determinante para que la ciudad fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. La conservación del espíritu universitario fue su máxima y desde entonces fueron cedidos a instituciones docentes. Hasta que en 1985 acogió de nuevo la sede del rectorado de la Universidad de Alcalá que había vuelto a ocupar los viejos edificios en 1977.
Puesto que pretendo mostrar rincones ocultos, dejaré para el final la entrada principal del Colegio por la plaza de San Diego, bien conocida por ser una obra de arte, y comenzaré por otra más discreta situada en la plaza de Cervantes.
Hay que decir que los edificios cisnerianos originales que se alinean en dicha plaza entre la calle de Pedro Gumiel y la de los Colegios han sufrido grandes cambios. Algunos desaparecieron y en sus solares se construyeron edificios en el siglo XIX y XX.
Es el caso del Círculo de Contribuyentes, antiguo Casino, o del antiguo colegio de Santo Tomás de Aquino (antiguo Hotel Cervantes). Es precisamente por este último edificio por donde se inicia este recorrido.
Por la verja de este antiguo hotel se accede al zaguán y antigua salida de carruajes donde está la entrada al edificio. En tiempos de Cisneros esta entrada, vía principal que comunicaba el Patio de Filósofos con la plaza del Mercado, estaba enmarcada por dos torreones y era conocida como «Callejón del Colegio». De estilo modernista, el hotel fue proyectado en 1912 por el arquitecto municipal Martín Pastells sobre el solar de lo que habían sido entonces antiguas viviendas del personal de servicios y cárcel universitaria formada por varios calabozos y la vivienda del Alcaide.
El hotel fue construido a imagen de los grandes establecimientos europeos de la época. En 1946 albergó la residencia de oficiales del Arma de Caballería y la sede de Correos y Telégrafos. Finalizada su actividad hotelera en 1948, el edificio fue utilizado en 1950 como residencia eventual de oficiales y suboficiales de Caballería y, en 1952, durante un breve periodo de tiempo fue sede de la Hípica y Casino militar. En 1955 Antonio Martín Sobrino lo transformó en el Colegio de Santo Tomás de Aquino hasta 1999.
En la actualidad aloja, entre otras instituciones, la sede de la citada Sociedad de Condueños, en cuyo vestíbulo, un mosaico de la Escuela Taller de Arqueología hecho en 1989, restaurado y donado a la Sociedad en 2019, hace hincapié en la naturaleza de la sociedad y del edificio colegial mostrando una escena académica con un profesor y dos alumnos ante la fachada de la universidad y en presencia de otros icónicos edificios alcalaínos.
El zaguán desemboca en un pequeño patio, y ambos ocupan parte del que fue antiguo callejón de San Bernardo o de la Virginidad. En él encontramos una docena de árboles, entre ellos dos magnolios, tres fuentes de diseño moderno y enredaderas cubriendo la tapia donde el edificio enlaza con la antigua manzana y donde se encuentra la verja que cierra el que fuera también principal acceso a la Universidad desde la plaza del Mercado en sus orígenes.
Dicho callejón separa dos edificios muy distintos, el citado hotel a la izquierda y a la derecha la antigua Hospedería Universitaria. Ésta fue concebida como residencia temporal para estudiantes que habiendo terminado sus ocho años de beca aún no habían encontrado empleo.
Como la mayoría de los colegiales de San Ildefonso eran pobres la Universidad cuidaba de su manutención y alojamiento en la hospedería hasta que encontraban ocupación. Éstos seguían vistiendo beca y manto de colegial y vivían bajo las mismas normas universitarias que el resto de estudiantes, por ello el acceso original se hallaba dentro del recinto universitario, precisamente por este callejón, que cerraba por las noches sus puertas obligando a los hospedados a cumplir los horarios.
El edificio primitivo se arruinó y fue necesario construir uno nuevo entre los años 1725 y 1733. El que vemos en la actualidad formó parte de la refundación de varios colegios en uno nuevo, el de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, tras cerrarse el establecimiento por mandato de los nuevos principios de la Ilustración.
A principios del s. XX se arrendó la planta baja para albergar dependencias de la Cruz Roja. Entre otras actuaciones de cegó el acceso primitivo, estableciendo uno nuevo rasgando una ventana de la fachada a la Plaza de Cervantes y construyendo una escalera nueva desde ella tal como lo conocemos en la actualidad.
Traspasamos la verja de acceso al patio llamado en época del cardenal de Continuos o «continos=gente continua», como se nombraba a quienes de forma continuada servían a alguien, que a su vez estaba obligado a protegerles.
La palabra evoluciona y ya en documentos más antiguos del colegio identificaba con este nombre al segundo patio colegial, que también se llamó de los «Cameristas», por los 13 estudiantes pobres de Artes que se hacinaban entre 8 cámaras no muy espaciosas entre desorden tal que acuñaron el término «leonera».
Se trataba de un patio de servicios del Colegio ocupado por numerosos edificios menores dedicados a Sala de Audiencia del Conservador, archivos, oficinas del Notario, Fiscal, Escribano, Procuradores, Alguaciles del Colegio. También albergaba las caballerizas, letrinas, leñeras, paneras, cocinas y una huerta.
De forma cuadrangular, dan a él la residencia universitaria en sus dos laterales sur y este. Al oeste las traseras de la antigua Hospedería del Estudiante y el edificio que pertenecía al Patio de las Lenguas o de los Cánones. Las galerías de columnas al norte y al sur fueron construidas a mediados del siglo XX.
Atravesaba el patio una calle de servidumbre de paso de traza medieval que lo dividía de este a oeste. Desde aquí salían los estudiantes aprobados a la plaza de Cervantes por la llamada «puerta de la Gloria», por la cual hemos entrado, y por la «puerta de los burros», justo en frente, los suspensos al callejón de San Pedro y San Pablo.
Según antigua costumbre, los estudiantes suspensos salían entre bromas y manteo de sus compañeros, de ahí el apodo dado a los malos estudiantes de ser un manta. Dicha puerta se abría sobre una tapia cubierta de tejas, sostenida por diez pilares de ladrillo formada por dos jambas de piedra labrada y un arco por donde salían las caballerías del Colegio.
Unos años más tarde se construyeron en la línea de este muro dos amplias escuelas generales donde se ubicaron las cátedras de Filosofía Moral y Filosofía Natural por lo que el recinto pasó a ser llamado patio de Filósofos, que es como se le conoce actualmente.
En la crujía norte de este patio se abriría la fachada que describe Antonio Ponz, en su «Viaje por España» de 1781, del que ya por entonces sólo se conservaba ésta formada por 32 columnas de mármol en dos pisos, 16 en cada una de las plantas, de orden compuesto con grandiosas cabezas de mayor tamaño que el natural colocadas entre los arranques de los arcos.
El mismo autor define éste como el más monumental de los patios universitarios alcalaínos. Como ya he explicado, a causa del expolio sufrido a mediados del XIX, lo poco que quedaba de él fue desmantelado y sus materiales aprovechados para otras construcciones. Lo que hoy vemos es, en gran parte, una restauración basada en planos de planta del siglo XIX, desconociéndose su verdadero diseño completo.
Lo que vemos hoy es obra de la reconstrucción llevada a cabo en todos los edificios universitarios entre 1959-60 para instalar en ellos el que sería Instituto Nacional de la Administración Pública.
Fue entonces cuando se convirtió en el espacio ajardinado que es, y adquirió los numerosos rincones con encanto que atesora. Los cuatro cuarteles de trazado contemporáneo se integran de manera armoniosa entre la moderna reconstrucción y los viejos edificios universitarios.
Aquí la vegetación ornamental es protagonista y la que aporta el ambiente y silencio necesario en un recinto de esta naturaleza.
Ese papel de distribuidor de espacios es lo que explicaría la existencia de tantas puertas y accesos, como estamos viendo. Situada en el lateral oeste y como recuerdo del desaparecido callejón se encuentra la puerta de los «Cameristas» que hoy solo cierra un almacén.
Otra puerta semicircular de ladrillo se abre en el rincón derecho de la crujía sur. Era la entrada principal al Teatro Escolástico o Paraninfo antes de la construcción del Patio Trilingüe.
Hay que recordar que el Colegio Mayor tenía cuatro puertas abiertas a los cuatro puntos cardinales. La del norte que después sería la principal, y se cerraba al crepúsculo tras el toque del Ángelus, la de «Los Burros» al este, siempre cerrada y solo abierta para dar paso a las caballerías y suministros, y las del sur y oeste, de los «Cameristas», que se cerraban a distintas horas según fechas, entre las siete y las nueve de la noche.
Un cuarto de hora antes de cerrar la última puerta, la del sur, la campana mayor avisaba para que salieran todas las personas ajenas al Colegio y un criado la golpeaba nueve veces y la cerraba entregando las llaves a un consiliario que comprobaba que todas estuviesen cerradas. Sólo de noche y en casos extremos se usaba la citada Puerta de los Cameristas.
Las Constituciones del Colegio establecían que si alguien ajeno a la universidad se quedaba dentro era descolgado con unas cuerdas desde la ventana de la biblioteca hasta la calle. De todos es conocida la anécdota que vivió el mismísimo Francisco de Quevedo que tuvo que salir de ese modo en una ocasión.
Completan este espacio unos bancos de piedra y un crucero gallego instalado junto a la puerta de acceso del Paraninfo, lugar idóneo para conseguir la atmosfera gallega que seguro perseguía el responsable de su instalación, Laureano López Rodó, secretario general técnico de la Presidencia de Gobierno durante la reconstrucción que durante muchos años había sido catedrático de la Universidad de Santiago, según explica en su página el investigador José Carlos Canalda.
El crucero tiene un diseño moderno y sencillo, y cumple con los rasgos de estos monumentos religiosos, una cruz de piedra sobre un pilar con un Cristo crucificado tallado en su cara anterior, la imagen de la Virgen María en su cara posterior y un santo en el fuste.
No es este el único elemento artístico ornamental de este patio ajardinado, desde 2018 ocupa un lugar destacado la estatua de Cisneros esculpida en mármol de Carrara por el escultor José Vilches pensionado en Roma desde donde la envió en 1864 a la Universidad Central de Madrid y donde estuvo almacenada hasta que en 1910 fue descubierta por unos estudiantes, y el Ministro de Instrucción Pública y conde de Romanones la cedió a la ciudad. Aquí volvió a ser almacenada hasta que la Sociedad de Condueños la solicitó para colocarla sobre el brocal del pozo del Patio Mayor de Escuelas en 1913.
Allí estuvo hasta que se acometieron las obras de restauración del edificio en 1959-60 en que se situó por primera vez en la plaza de San Diego, en el lado derecho de los jardines. En 2003 se trasladó al lado izquierdo donde fue objeto de actos vandálicos que en 2007 justificaron su restauración y regreso al interior del recinto donde ahora la podemos contemplar. Para sustituirla en los jardines de la plaza de San Diego se encargó una réplica.
Unos minutos de reposo en este lugar son suficientes para darse cuenta de que el componente natural es un extra que amplifica la monumentalidad. La presencia vegetal y el canto de las aves que lo frecuentan, proporcionan un espectáculo sonoro sin competencia alguna en pleno casco histórico, que se repite con júbilo por las mañanas y al atardecer, sobre todo en esta estación que acaba de comenzar.
Antes de abandonarlo veamos un par de puertas más. A través de la verja de hierro de la crujía sur, que forma eje con los demás accesos al resto de los patios colegiales, sobrecoge la vista del patio Trilingüe.
Inspirado en el renacimiento italiano, su acceso es restringido para eventos académicos o entrega solemne del Premio Cervantes de Literatura que presiden los Reyes en el Paraninfo cada 23 de abril.
Todo en el patio rebosa encanto, tres cipreses afilados apuntando al cielo, el brocal decorado con veneras, las 36 columnas sustentando los arcos, las ventanas decoradas sobre éstos, primorosas yeserías que enmarcan la entrada al Paraninfo que ocupa toda la crujía del lado oeste del patio, el solado de canto rodado, los parterres simétricos que al parecer conservan las proporciones y ejes originales.
El cuadrado es la forma predominante en el diseño de este patio. Está presente en todo, en el espacio y en la materia, en las distancias entre columnas, las líneas de los parterres, en las ventanas de los alojamientos, en los pináculos, etc.
Hay que recordar la voluntad firme del cardenal Cisneros de crear aquí el Colegio Menor de San Jerónimo, patrono del humanismo cristiano, hoy ocupado por la Hostería del Estudiante, que debía dedicarse al estudio de las Sagradas Escrituras en latín, griego y hebreo, como así fue, y de donde procede su nombre. Posteriormente también incluiría el árabe como demostraba la existencia del rótulo de un aula junto a la salida del patio en 1861 cuando la Universidad ya había sido abandonada.
Desde la reja volvemos sobre nuestros pasos y nos dirigimos de frente hacia la crujía norte donde se encuentra la última puerta de este recinto que conduce al entonces llamado patio Mayor de las Escuelas, hoy de Santo Tomás de Villanueva en memoria del primer alumno de la universidad alcalaína que alcanzó la santidad.
Sobre este acceso en la planta superior se ubicaron los aposentos del rector en tiempos de su fundación y también estuvo la torre del reloj. Bellísimo ejemplo de claustro herreriano construido en granito gris sobre el primitivo de dos alturas de ladrillo revocado que se levantó en vida del cardenal fundador. En él trabajaron entre 1617-1662 el insigne arquitecto Juan Gómez de Mora, autor intelectual del edificio y destacados maestros de obras bajo su dirección.
Hay que situarse en el centro, levantar la vista y hacer un giro de 360º para no perder detalle de su belleza. Para aligerar los datos solo mencionaré que se compone de tres pisos de arquerías rematadas por un balaustre ornamentado con pirámides y bolas.
Los arcos de la primera y segunda planta son de medio punto y sus soportes de orden toscano, formados por columnas dóricas sobre plintos, mientras que la tercera está formada por arcos carpaneles sostenidos por columnas corintias.
Que en la base de cada pináculo embolado que recorre el balaustre que corona el último piso hay una letra inscrita, y que todas juntas, partiendo desde el escudo que hay sobre la puerta por la que hemos entrado, dan lugar a la frase latina: EN LUTEAM OLIM CELEBRA MARMOREAM (Alaba hoy en mármol lo que en otro tiempo fue arcilla, según traduce el historiador Antonio Marchamalo) frase que recuerda la réplica que le dio el cardenal al rey Fernando el Católico en 1513 cuando éste aludió al carácter tan humilde de los materiales utilizados en una construcción tan ambiciosa: «Otros harán en mármol lo que yo hice en barro».
Que tiene cuatro relieves rompiendo la balaustrada que representan sucesivamente a Cisneros con bastón y crucifijo en las manos, su escudo de armas, Santo Tomás de Villanueva en hábito de colegial y el escudo del Colegio Mayor.
Salta a la vista el fuerte contraste que existe entre el patio de Continuos y el de las Escuelas. Aunque posee un par de cipreses, son meras siluetas con vocación de eternidad, que no hacen jardín, pero dan identidad al patio, al igual que el pozo.
El brocal del pozo data de la segunda mitad del s. XVII, llamado de la sabiduría, está decorado con parejas de cisnes enfrentados, (alegoría del apellido de Cisneros, basado en el topónimo, «lugar donde hay cisnes») presentes en muchos temas relacionados con el Cardenal: escudos, reja de su sepulcro, etc…
Desde la construcción del patio el pozo estuvo cubierto por un templete formado por cuatro pilastras jónicas que sostenían una cúpula de media naranja. Deteriorado fue desmontado en 1772 y no volvió a reconstruirse.
Sirvió de pedestal desde 1913 hasta 1960 a la antes mencionada estatua del cardenal de José Vilches, que tras las obras fue ubicada en el exterior del recinto y después de restaurarse en 2018 volvió al interior, esta vez al patio de Filósofos.
El pozo es objeto de numerosas historias protagonizadas por los estudiantes. Los veteranos solían «llevar al pozo» a los novatos a cuatro patas como si fueran burros para que comieran la hierva que crecía a los pies del pozo.
Se cuentan anécdotas de rivalidades entre estudiantes de Salamanca y Alcalá, y en una de las cuales a uno salmantino que hizo burla y menosprecio de los estudiantes complutenses por tener tan descuidado y lleno de plantas el patio principal de su Colegio, otro alcalaíno le contestó que en Alcalá había vegetación en el patio porque quedaba bonito, mientras que en Salamanca no tenían porque los burros que estudiaban allí se la comían.
Lo cierto es que en el patio de la universidad salmantina no había hierva porque para evitar que los animales entraran a buscarla la cortaban y en el de Alcalá no se hacía.
El aspecto del patio antes de la restauración de los años 60 dista mucho del actual, perdió la torre del reloj que asomada sobre el escudo de Cisneros y había contado las horas de estudio de generaciones de estudiantes, las galerías de los dos pisos superiores estaban acristaladas y la estatua del Cardenal desde el brocal del pozo presenciaba las idas y venidas de profesores y alumnos. A la fundación de este Colegio se impartían en las aulas que daban a este patio estudios generales de Teología, Cánones, Medicina y Filosofía.
También las puertas son aquí protagonistas. No todo son aulas y despachos, algunas conducen a lugares interesantes. Además de las dos de acceso en las crujías norte y sur, en la crujía este hay dos más que comunican con los patios del vecino colegio Menor de San Pedro y San Pablo, llamados el «del pozo» y el «de la morera». Saliendo a la izquierda de la puerta principal, junto a la escalera que sube al piso superior se encuentra otra, la del descomunal Refectorio que ocupaba todo el lateral bajo oeste del claustro, que según Antonio Marchamalo debió de hacer las veces de espacio teatral, utilidad que se le dio cuando el edificio perdió su condición docente tras la desamortización ya que fue alquilado como teatro público en 1856 y después fue Salón de Actos. Junto a él, la puerta del cuarto y último de los patios que tiene el Colegio.
La del Patio de las Lenguas que sirve de tránsito entre el Patio Mayor de las Escuelas y la capilla de San Ildefonso, también llamado de Cánones (antiguo patio de los Capellanes). Ubicado concretamente en el edificio conocido como Casa del Rector, es el menos conocido de los patios colegiales. Diseñado junto a la Capilla de San Ildefonso s. XVI, es en realidad del siglo XVII, pues la estructura original dividida en dos patios ha sufrido varias modificaciones históricas. Los restos encontrados en la última rehabilitación llevan a pensar que se utilizaba como una zona de servicios dedicados al suministro y atención de la Capilla y el Colegio.
En 1510 la creación de capillas laterales en el lado del Evangelio para convertir la modesta y provisional capilla de San Ildefonso en un templo definitivo redujo el espacio del patio. Las mismas fueron demolidas en 1655 para consolidar el muro de ese lado produciéndose otra remodelación que lo convirtió en patio cuadrado con soportales, dejando de ser un simple lugar de paso. Discurre paralelo a la dimensión de la capilla y es de proporciones prácticamente idénticas, salvo por la crujía que lo cierra en la plaza de San Diego.
Todas estas sucesivas intervenciones han dejado su huella y en el centro del patio se conservan entre otros restos el de un aljibe abovedado que recogía y almacenaba, previo decantado, las aguas procedentes de patios y cubiertas colindantes, cuya construcción data del s. XV. Merece estar en este recorrido de rincones con encanto, por pequeño, armónico y luminoso, aunque personalmente creo que su encanto era mayor antes de ser «…reconfigurado y reinterpretado… » como se calificaba su rehabilitación en 2013.
Tenía antes exuberancia de vegetación con árboles, parterres y enredaderas que convivían con un pequeño estanque en medio con restos de columnas y capiteles procedentes del desaparecido coro de la capilla desparramados por todo el recinto.
Al reclamo de la naturaleza y el agua acudían las aves, y como en el patio de Continuos, lo convertían en un pequeño paraíso. Nada que ver con éste, pulcro, escaso de vegetación y silencioso aunque está más cerca de parecerse al patio original que hubo en torno a un pozo.
Hay quien se atreve a decir que a la vista del Colegio Mayor de San Ildefonso hay alto riesgo de sufrir síndrome de Stendhal. Aunque Alcalá no sea Florencia, estoy de acuerdo. Su belleza es abrumadora y si lo que hemos visto hasta aquí no nos lo parece, cambiaremos de opinión cuando hayamos visto el resto del conjunto, incluida la sublime portada plateresca de su entrada principal, en la plaza de San Diego, donde acaba este recorrido por los lugares con encanto de la manzana fundacional cisneriana que continuaré en próximas publicaciones.
A dos de los cuatro patios de este recorrido se puede acceder libremente todos los días, el de Santo Tomás de Villanueva y el de Filósofos o de Continuos. Al de las Lenguas y el Trilingüe previa solicitud de visitas guiadas en www.fgua.es/visitas-guiadas/
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